Hola amigos de Comunidad Biker, esta vez tocaba volver al bonito pueblo de Riópar y, por circunstancias de la vida, prácticamente fuimos engañados a realizar la Ultramaratón. Meses antes, cuando barajábamos inscribirnos a esta marcha de Riópar, la señorita comunitaria Montero no tuvo nada mejor que hacer que decir que las plazas a la Ultra se habían agotado. Fui siguiendo el curso de las inscripciones a través de las redes sociales y ante la incredulidad de dicha información, me puse a comprobar empíricamente el dato en cuestión y ¿qué mejor forma de hacerlo que inscribiéndome? Lo hice y comprobé que aún no estaban agotadas, era una falsa alarma, pero ya quedé inscrito a esta locura. Una vez realizado el proceso lo comuniqué en el foro de la web comunitaria, como es costumbre y también al resto de comunitarios interesados, para decirles que aún quedaban plazas.
A modo de reto personal fueron inscribiéndose Monty, Anto, Cartucho y Juanfran, que se apuntaron también a la Ultramaratón, Óscar y Aurelio tuvieron más cabeza y se apuntaron a la maratón normal, que ya tenía bastante miga, como bien os conté en la del año anterior.
Pasaron las semanas y empezamos a buscar el alojamiento, en este caso se encargó y se ofreció el señor Cartucho, Los Cartuchos cogían una casa todos los años para el evento, de modo que nos ofrecieron alojamiento, puesto que este año la participación de cartuchos era menor y había casa de sobra. Entre cartuchos y comunitarios ya teníamos la casa completa y reservada en Riópar, cerca de la zona de salida, solo quedaba que llegase el fin de semana en cuestión para ir a Riópar.
Viernes, dos días antes de la marcha BTT Ultramaratón de Riópar
Llegó el día y cada uno se preparó el viaje como mejor le vino, en mi caso esta vez iría solo en mi coche y decidí salir el viernes. Tras unas reparaciones de urgencia en mi bici, a la que le tuve que cambiar todo el grupo de transmisión, salí a las 4 de la tarde. Cogí el coche y cargué todos los enseres y la bicicleta, para dirigirme tranquilamente a Riópar. Al llegar llamé al dueño de la casa que me dio las llaves y me acompañó hasta la casa. Ahora solo quedaba esperar al resto de acompañantes que finalmente fueron Monty, Anto, Fede, Óscar, Ricardo y un servidor por la parte comunitaria y por la parte cartucha: Jiménez, Mari, Jose y Púas, en total 10 personas en la casa.
Nos repartimos las habitaciones y nos fuimos a cenar al asador Emilio, famoso en el lugar. También se unieron a la cena Aurelio y Rusky, que tenían alojamiento en otro lugar. Durante la cena vimos a una buena cantidad de amigos y conocidos venidos desde Molina de Segura y otros lugares como Albacete y Alicante. Tras la cena algunos aprovecharon que era viernes para ir a tomar unos refrigerios en el Pub Barbol y otros optamos por la opción de ir a casa a descansar, al día siguiente teníamos pensado dar una vuelta suave por la zona para soltar piernas y adaptarnos al terreno. El joven comunitario Alfonso, que días antes se puso en contacto conmigo para preguntar si íbamos a Riópar, nos preparó una ruta por la zona. Quedamos para el sábado a las 9 de la mañana para no pillar demasiado fresco y no volver muy tarde.
Sábado, un día antes de la marcha BTT Ultramaratón de Riópar
Sonaron los despertadores y nos fuimos poniendo en pie, desayunamos y nos preparamos para salir en bici. El comunitario Alfonso llegó para hacernos de guía y finalmente hicimos la ruta propuesta: Aurelio, Óscar, Ricardo, Fede, Púas, Jose, Anto y un servidor, Monty no nos acompañó pues se encontraba indispuesta, Rusky tenía otros planes más familiares y Jiménez y Mari optaron por dar un paseo más suave, puesto que Mari se está iniciando ahora en esto de la bici.
Salimos de casa y nada más salir nuestro compañero Ricardo protagonizó una cruda realidad del ciclista de montaña, se le fueron las pastillas de freno delanteras, por lo que tuvimos que buscar una solución, no solo para el día sino para la marcha del domingo. Alfonso nos indicó una tienda donde hacen reparaciones de bici y allí nos dirigimos. Pusimos solución al entuerto, aunque de primeras solo pudo ser un apaño transitorio, las pastillas no llegarían hasta la tarde.
Una vez solucionado el problema iniciamos la ruta que nos había preparado Alfonso, estuvimos rodando por zonas que habíamos hecho el año anterior, paramos a hacernos fotos como es normal, la mañana era entretenida. Nos dirigimos a una senda desconocida para nosotros, al menos yo no la recordaba del año pasado en el sentido en que íbamos rodando. Nos encontramos con nuestra amiga comunitaria Sandra Vázquez, que estaba por la zona con un numeroso grupo de gente realizando una ruta de senderismo. La saludamos como es debido y proseguimos rodando con nuestras bicicletas de montaña.
Hicimos varios senderos muy chulos por zonas donde pasaría el recorrido el día siguiente. Estuvimos buena parte de la mañana hasta finalizar esta bonita ruta que nos preparó el amigo Alfonso. Fue todo un placer conocerlo y que nos guiara habiéndose tomado las molestias de preparar una ruta para soltar piernas ¡Muchísimas gracias!
Al terminar la ruta nos despedimos de Alfonso y nos metimos en la casa a relajarnos un poco y prepararnos para comer. Salimos a un bar donde supuestamente había una reserva, pero debido a un fallo matemático no se materializó para toda la cuadrilla, por lo que decidimos ir a buscar otro sitio para comer. Tras dar varias vueltas por Riópar finalmente encontramos mesa en un restaurante y pudimos comer. Terminamos algo tarde, cosa que no nos vino muy mal pues era la hora buena para ir a recoger los dorsales y dar una vuelta por los stand.
Nos pusimos en la cola y recogimos nuestros dorsales. Una vez recogidos volvimos a la casa para preparar las bicis, para el domingo, dejando las luces y dorsales colocados y en la bicicleta y el maillot. Como aún teníamos tiempo, decidimos ir al nacimiento del río Mundo a ver los chorros, a este paseo senderista fuimos Jiménez, Mari, Jose , Púas y yo. Fede salió un rato antes andando, es gran aficionado al senderismo, los demás se quedaron en casa tranquilamente.
Nos montamos en el coche de Jiménez para ir a los chorros, por el camino vimos a Fede por la orilla de la carretera, pero como íbamos completos saludamos y continuamos. Una vez liberado el coche volvimos a recoger a Fede, pero no lo veíamos por la orilla de la carretera, se metería por algún sendero, de modo que volvimos a los chorros.
Caminamos hacia los miradores, nos hicimos fotos, charlamos y pasamos un buen rato de relax en plena naturaleza, disfrutando de este maravilloso lugar que a pesar de no tener mucha agua en este momento, seguía manteniendo su magia.
Volvimos al pueblo para hacer unas compras para la cena y prepararnos para la aventura del domingo. En casa algunos se prepararon pizzas, bocadillos, etc.. Había comido bastante a medio día, por lo que opté por la bollería y el chocolate y en eso se basó mi cena del sábado. Poco a poco nos fuimos yendo cada uno a su habitación, los que íbamos a correr la ultra salíamos a las 6:30 de la mañana, había que madrugar bastante. Los ojos se iban entornando hasta acabar dormidos profundamente.
Domingo, día de la marcha BTT Ultramaratón de Riópar
Suenan los despertadores y casi sin hacer ruido nos vamos levantando los de la Ultra. Nos vestimos con la equipación comunitaria, unos más abrigados que otros. Como siempre, el eterno dilema, si te pasas de ropa luego puede molestar bastante, si te quedas corto te puedes congelar. Aunque lo cierto es que con tanta subida que nos esperaba por muy poca ropa que llevásemos iríamos calentitos. Opté por culotte y maillot cortos, unos manguitos y una braga de cuello, ese era todo mi atuendo para salir a las 6:30 de la mañana a 5 grados de temperatura.
Desayunamos y cogimos nuestras bicicletas de montaña para hacerles una última revisión, comprobar que llevábamos las luces (obligatorias), el móvil (también obligatorio), todo cargado y a la calle para ir a la zona de salida de la Ultramaratón Los Calares del Río Mundo. Y a partir de aquí, queridos amigos, comienza el relato de esta épica aventura.
Ondeaban las banderas y pendones en la oscuridad de Riópar, cientos de caballeros y amazonas sobre nuestras monturas esperábamos ansiosos el toque de tambores y, con él, el comienzo de esta dura batalla a la que nos enfrentábamos. Entre los osados y valientes se podía palpar el nerviosismo o tal vez fuese el frío de la noche, que calaba entre nuestras armaduras. Aquellos que salimos solamente con la cota de malla estábamos indefensos ante las bajas temperaturas del lugar, pero luego durante la batalla los atuendos resultarían más livianos y podríamos ser más rápidos en nuestros movimientos. Tronaron los tambores y un juglar dio la orden de partir en primera línea de defensa hacia el campo de batalla, mientras, a lo lejos, sonaban canciones que alentaban nuestros espíritus…
Comenzamos a cabalgar sobre nuestras monturas, raudos y veloces, saliendo del pueblo en plena noche. Desde el principio iba dejando pequeños grupos de caballeros tras de mí, con la luminaria de mi montura encendida me guiaba y me abría paso por los angostos caminos cercanos al pueblo. Poco a poco me adentraba en la oscuridad del bosque y me unía grupos de caballeros. Las incursiones nocturnas son mucho más seguras yendo acompañado.
Había recorrido unos 10 km del tenebroso bosque cuando, de repente, una horda de caballeros cargaba contra nosotros, cegados por sus luminarias y ante los gritos de que retrocediéramos, paramos en el camino. Algún hechizo hizo que aquel grupo que guiaba se saliera de la ruta marcada, por suerte se dieron cuenta y avisaron a aquellos que los seguíamos. Algunos, incrédulos, sacaron sus mapas para cerciorarse de la veracidad de las indicaciones, opté por seguir a la multitud.
Retomamos el buen camino y a escasos metros nos encontramos con más caballeros que corrieron mejor suerte que la nuestra, no se vieron afectados por el encantamiento y cogieron desde el principio la ruta correcta. Nos dirigimos al pueblo, allí se encontraba Sir Dompy, que al verme me alentaba con ovaciones. Fui recuperando posiciones entre el grueso del grupo, donde me encontré de nuevo a Sir Ricardo, que se sorprendió al verme, pues antes del paso en el bosque ya nos habíamos encontrado, hice una chanza sobre la situación y proseguí mi camino.
Salí del pueblo junto a un grupo de caballeros, esta vez nos dirigíamos hacia la Almenara, íbamos relajados comentando la jugada del bosque. Tras unos kilómetros de camino ancho un escudero nos indicaba que debíamos adentrarnos por un estrecho sendero. El grupo se dispersó y solamente quedamos 3 cabalgando juntos. En un primer momento decidí quedarme con ellos, tenían claro el camino a seguir y eso era bueno, las señales en la oscuridad eran escasas y difíciles de ver. Pasados unos metros me armé de valor y dejé atrás a los caballeros que me acompañaban, aligerando el trote. Este sendero era angosto y empinado y yo cabalgaba algo más rápido que ellos.
En plena noche la vegetación parecía cobrar vida, en ocasiones cerraba el paso con raíces y ramas que colgaban como si me quisieran atrapar. Llegué al final de la empinada senda y comencé a bajar, miraba hacia atrás en busca de las luces de mis compañeros, que se vislumbraban en medio de la espesura de los árboles. Continué mi camino, no muy seguro de ser el acertado, no quería parar a mirar mi mapa y solo me guiaba por las señales puestas por los señores del reino, señales que en ocasiones se encontraban tiradas, seguramente algún enemigo quería que nuestra misión fracasara.
Llegué a un tramo de calzada, volvía la vista atrás y no conseguía ver las luces de mis contendientes, también me resultaba extraño no ver ninguna luz por delante de mí, creía que estaba perdido. Por suerte las señales del reino hicieron acto de presencia y continué por aquella calzada, hasta encontrarme con otro escudero que me indicó que debía dejar la calzada e incorporarme al camino. Cabalgué sosegado, el frío estaba haciendo mella, el sol empezaba a asomar en el horizonte, pero en mitad del bosque espeso los rayos no llegaban a calentarnos. Seguíamos con las luminarias encendidas y eso me servía para localizar a mis compañeros, los que un rato más adelante me dieron alcance.
Continuamos cabalgando juntos hasta llegar a la primera posada y abrevadero para mi caballo. Aún llevaba las alforjas llenas de comida, por lo que no paré a reponer agua. Nos dijeron los taberneros que éramos de los 50 primeros caballeros en pasar. El camino tornaba hacia arriba, seguíamos subiendo a la parte alta de la montaña. En esta zona me distancié del grupo y emprendí mi camino en solitario. Poco a poco veía que estaba llegando a la parte más alta de la montaña pero, de repente, el camino embocaba en un sendero sinuoso. Me introduje en él sin dudarlo, con valentía, pero metros más adelante se hacía impracticable para ir montado. Me bajé del caballo y atravesé la zona pedregosa a pie, hasta llegar a una zona limpia donde pude incorporarme de nuevo.
Sin previo aviso me encontraba en la parte alta de la Almenara, era el momento de comenzar a bajar. Descendí hacia el camino, raudo y veloz, hasta que un centauro se cruzó en mi camino, me asusté, de haberme embestido mi aventura se habría acabado en aquel instante, por suerte no fue así y pude continuar. Seguía solo, las señales del reino estaban dispersas, hasta el punto en que llegué a pensar que iba en dirección contraria. Hice casi unos 20 kilómetros sin encontrarme a nadie en el camino, hecho que no era del todo malo, si me hubiera cruzado con alguien en dirección opuesta significaría que mi trayecto era erróneo.
Las señales indicaban que había que meterse hacia un sendero, pero ¡menudo sendero!, iba hacia el fondo del valle y, más que un sendero, parecía una cicatriz, escarpado, repleto de socavones y piedras, me era imposible descenderlo montado con seguridad. En los tramos más abruptos me bajaba de mi montura y caminaba, me volvía a montar, y así unas cuantas veces hasta que finalmente llegué al fondo del valle. Me alcanzaron un grupo de caballeros más temerosos, que bajaron aquella cicatriz sin apearse de sus monturas. Continuamos el camino juntos, el valle lucía precioso con las primeras luces del día, el rocío sobre la hierba le daba un brillo especial.
Cabalgábamos tranquilos y sosegados, uno de mis compañeros me pidió que le sacara de su cota de malla el antifaz para cubrir sus ojos, no quería parar y quedar expuesto a una emboscada. Cabalgué paralelo y saqué de la parte trasera de su vestimenta lo que me pidió. Cruzamos un pequeño riachuelo, en una de sus orillas se encontraba un duende plasmador con su artefacto mágico en la mano, quedando constancia de nuestra aventura para la posteridad. Puse mi mejor cara.
Metros más adelante, en la lejanía, distinguí a una ninfa plasmadora, Raquel, que también dejaría constancia de mi paso por el lugar. Minutos después también saqué de mis vestimentas mi antifaz, los rayos del sol estaban bajos y por momentos nos cegaban. Había que sortear un paso elevado del bosque, estrecho y resbaladizo, hizo que tuviese que poner a prueba mi pericia sobre la montura para poder cumbrear sin tener que apearme.
Tomé el camino del bosque donde nos perdimos de nuevo, pero esta vez sin problemas, íbamos paralelos al río y metidos casi siempre por sendas angostas, a pesar de la dificultad del terreno el paisaje era espectacular. El bosque lucía verde intenso, la temperatura empezaba a ser muy buena y todo tenía un olor especial.
Tras varios kilómetros de senderos llegué al camino que me llevaría a la otra gran cima de esta aventura, a Los Calares. El camino era largo y empinado, me lo tomé sin prisa, para evitar que las fuerzas se mermaran, lo importante era acabar la misión encomendada. Comencé a subir tranquilamente pero sin demorarme. Un par de caballeros me dieron alcance, dato que no tendría importancia de no haber ocurrido lo que contaré a continuación.
Justo cuando estos caballeros me adelantaron, dos minotauros salieron de la espesura del bosque interponiéndose en mi camino. Si ya de por sí la subida era dura, ahora tenía el problema añadido de los minotauros, no parecían agresivos, pero estos seres nunca sabes cómo van a reaccionar. Uno de ellos echó la vista atrás y me miró fijamente. Ante las bestias salvajes siempre he sido cauto, así que no hice ningún movimiento brusco. Al cabo de un rato uno de ellos se apartó un poco y dejaron un pequeño paso en el camino. Sin pensarlo dos veces aceleré el ritmo, espoleé al caballo y, mirando fijamente hacia delante, pude dejar atrás a los minotauros.
Continué mi cabalgar, el cansancio se hacía notar,la subida era exigente. Por sorpresa un hechicero malvado me lanzó un conjuro eléctrico y unos calambres se apoderaron de mis piernas. Tuve que parar y beber de la poción de mis alforjas, a la vez que tomé un trozo de mis víveres con la intención de que el hechizo se disipara rápidamente. Afortunadamente así ocurrió, acto seguido continué mi ascenso hasta llegar a otro abrevadero y posada. En este caso sí que paré y llené mis alforjas de víveres. Al agua le añadí los ingredientes para hacer el antídoto a los conjuros, mientras iba dando buena cuenta de la comida de la posada. Éramos unos cuantos los caballeros los que allí nos juntamos a comer y, como es normal, nos contábamos las vivencias del día, al igual que realizábamos chanzas sobre ello.
Con las fuerzas renovadas continué el ascenso a Los Calares. Los primeros caballeros de la aventura corta pasaban por mi lado a gran velocidad. Una vez arriba tocaba descender y había que hacerlo por un empinado y zigzagueante sendero que en tramos se hacía camino. A los pocos kilómetros otra montaña se interponía en nuestro camino y, de nuevo, otro hechizo eléctrico cayó sobre mí. Volví a parar a coger de mis alforjas la pócima preparada y algunos víveres, para deshacer el hechizo.
Sorteé la montaña para dirigirme al paso elevado del valle. En esta zona había varios duendes y ninfas plasmadoras, que dejaron constancia de nuestra aventura. También había cientos de lugareños aclamándonos por nuestra gesta. En una de las zonas me vi abrumado por las gentes, vitoreaban mi nombre, conocían mis aventuras en otras tierras y otras contiendas. Los vítores de los lugareños hicieron que mi ánimo se enardeciera y continué cabalgando raudo y veloz, mientras los saludaba.
Nuestro siguiente destino era el viejo poblado de Riópar, al que había que ascender por una serie de empinados caminos y senderos. En el horizonte podía ver las ruinas del viejo castillo y hacia allí me dirigí. Comencé la subida, había más lugareños vitoreando mi nombre, los niños me recibían con aplausos y saludos, cual héroe. Quedé abrumado por el recibimiento, sonreía y saludaba a la par, mientras llegaba al castillo.
Tal fue la emoción que, cuando comencé a bajar del castillo, empecé a entonar un cántico haciendo las delicias de varios lugareños que me encontré a mi paso. Finalicé la bajada, intuyendo que estaba próxima la conclusión de la batalla. Solo me faltaba una última subida, sin pensarlo me dirigí hacia ella. La conocía del año anterior, también del día anterior. En el sendero fui atacado con otro hechizo eléctrico, tuve que repetir el ritual. Pasados los efectos del hechizo seguí ascendiendo. El agua discurría por el camino, haciéndolo resbaladizo y peligroso. Acostumbrado y conociéndolo lo abordé sin dificultad.
Por fin llegué arriba, solo me quedaba llegar a Riópar de nuevo. Entré al pueblo donde los lugareños me aclamaban, acabando esta magnífica contienda con éxito. El juglar me presentó ante la muchedumbre y una doncella me colocó el medallón que confirmaba la finalización de la misión, de 9 horas y 125 kilómetros.
Miré los escritos del reino donde se referían a mí como el caballero numero 46 en realizar la misión y el tercero de mi grupo. La tercera posición implicaba que sería condecorado ante la muchedumbre con otro medallón.
Conté y compartí vivencias con otros caballeros que iban llegando, con algunos que cayeron en el camino y no pudieron concluir la misión y con los amigos y conocidos. Llegó el momento de las condecoraciones y cuando el juglar anunció mi gesta un gran júbilo invadió mi cuerpo, era la primera vez en ser condecorado fuera de mis tierras y en una misión de tal calibre.
Así fue como Sir Paquito206 completó la Ultramaratón de Los Calares del Río Mundo y colorín colorado este cuento se ha acabado. Y como la cosa tenía narices también fueron felices y comieron perdices.
Terminada la épica aventura volvimos a casa y nos fuimos preparando para la vuelta. Tras tomar un baño y cargar la bici y las maletas decidí no comer para que no me diese sueño al conducir y así poder volver a casa entero.
Atentamente de vuestro comunitario vicepresidente Paquito206.
- Fotos de la Ultramaratón Riópar 2017:
Excelente contienda comunitario Francisco Ginés, o Sir Paquito206. :good: :good: :good: :good:
bonito y extenso relato para leer :mail: , aventuras y desventuras de un zagalico en su corcel :yahoo: :yahoo:
Bonito relato que habla de hazañas heroicas de Sir Paquito, lo titularía «el cantar del mio Paco». :mail: ;-)
Espectacular relato, digno de cualquier poesía épica!
jajajajaja q grande este pakito :good: :good:
Ya que la contienda tiene lugar en tierras manchegas, esta épica hazaña podría haber sido abordada por Don Paquito de la Mancha :mail: